Paula Markovitch: “El dolor es más fácil de superar que la culpa”
La directora de El premio, la película ganadora del XV Festival de Cine de Lima, vivió la dictadura argentina de una manera particular cuando era niña. A través de detalles y vivencias, esta película medio autobiográfica testimonia cómo los niños pequeños asumían como naturales los valores castrenses en una sociedad calada de miedo hasta los huesos.
–La historia de El premio parte de tus vivencias personales. –Bueno, yo viví en esa playa de San Clemente. Mis padres no estuvieron clandestinos, pero mi papá escondía gente. Tuvo largas ausencias en Buenos Aires, y en esa época sin Internet mi mamá temía. Aunque él no tenía una militancia activa, sí sus amigos. Mi papá se apartó de la militancia, pero tenía una resistencia activa. Y teníamos libros y los enterrábamos, como se ve en la película. Lo que cuento está basado en recuerdos reales, pero como siempre en una obra de arte, se vuelven ficción. Aun los propios recuerdos tienen una construcción y se vuelven ficción.
–¿Amigos de tu papá fueron desparecidos?
–Muchos. Y a mi prima la mataron, y mi tía es madre de Plaza de Mayo desde hace muchos años.
–¿Tu decisión de irte a vivir a México no tiene que ver con algún exilio de tus padres?
–No, cuando llegué a México tenía 22 años. Ya la democracia llevaba nueve.
–En Argentina, el tema de la dictadura es muy recurrente. ¿Son heridas que no cierran?
–Yo creo que cuando en un país hay un crimen social, no hay olvido posible. Pero no olvido en cuanto a la herida nada más: hay algo que es todavía más difícil de curar, que es la culpa. En un crimen social hay víctimas y también complicidad. Toda la sociedad es cómplice y eso es imposible de superar. A lo mejor el dolor es más fácil de superar que la culpa y la responsabilidad colectiva. Una sociedad se transforma con un crimen social. Por ejemplo, Alemania nunca va a ser la misma de antes. Los hijos de los represores que nacieron después no pueden evitar cargar con la culpa, tienen una responsabilidad cultural.
–Tu familia no siente culpa, porque ustedes ayudaron a mucha gente.
–Todos sentimos culpa. Lo que dice Primo Levi cuando habla del Holocausto: todos los vínculos interpersonales están contaminados por ese crimen. De eso quise hablar en la película. Una dictadura militar se puede percibir en la sangre, en las torturas y en una relación entre dos niñas de 7 años.
–Tú eres judía.
–Soy hija y nieta de judíos polacos. Mis padres no eran religiosos ni pertenecían a la comunidad judía. Participaban en grupos de izquierda y eran grandes artistas. No había ningún tipo de vinculación por el origen. Sí hubo muchos judíos polacos en Argentina que fueron anarquistas, socialistas, librepensadores, de izquierda, muy valientes.
–La amiguita se molesta con Ceci cuando gana el premio. Nuestra hipótesis era que la niña había sido víctima de la dictadura y le molesta que Ceci haya cambiado su versión sobre los militares, siguiendo las instrucciones de su profesora.
–No, la amiga se molesta simplemente porque le dan celos que Ceci haya ganado. La amiguita no entiende nada; lo único que quería era también ganar.
–La sociedad argentina en un momento apoya a los movimientos armados, a los montoneros en concreto, y cuando entra Videla, les da la espalda.
–Lo hicieron por miedo: el miedo es de vida o muerte. No sabemos de qué somos capaces cuando sentimos miedo. Yo ahora, charlando, puedo pensar que no delataría a mis mejores amigos, pero no lo sé, espero que no. Uno no sabe lo que haría en situaciones extremas.
–Los militares se justifican diciendo que estos grupos iniciaron la violencia.
–La violencia vino primero del Estado, y por esa violencia esos grupos empezaron a armarse. Pero, en general, eran intelectuales, artistas. Creo que la historia ha sido tergiversada cuando se sostiene que el origen de la violencia estuvo en estos grupos juveniles progresistas. Si algo cambió fue que la dictadura cumplió de inmediato su cometido de paralizar, aterrorizar y generar la delación. Yo quise hablar de eso porque en la escuela nos enseñaban que estaba muy bien delatar a los compañeritos.
–La profesora les dice eso en la película.
–Sí, y para mí es una manera de pensar fascista. Cuando un niño cometía un error castigaban a todos y era bien visto que un niño sea capaz de decir “fui yo”, o que otro niño lo delatara. Este sistema está directamente tomado del nazismo. Ésos eran los métodos de los campos de concentración nazis. Cuando había algún intento de fuga mataban a veinte personas. Entonces tú sabías que si tratabas de escaparte, lo logres o no, mataban a otras veinte personas y tú tenías que cargar con esa responsabilidad.
–También hubo un sector de la sociedad que quería evadir lo que ocurría o ponerse al costado.
–El famoso “yo no sabía nada” responde a una posición política. El hartazgo que hay con respecto al tema, que muchos digan “otra película sobre lo mismo”, yo creo que es negación. Decir que ya pasó es negación que viene por la culpa. Una situación de crimen social está llena de detalles: alguna vez un hermano no le abrió la puerta a tiempo a otro y eso pesa, o una madre no alcanzó a darse cuenta de lo que estaba pasando. Creo que las sociedades que se sienten culpables son culpables. Se culpabiliza permanentemente a las víctimas. Esa manera de pensar está muy vigente en Argentina hoy en día. En lo cotidiano, si tú te quejas de que eres víctima de alguna injusticia, lo primero que te dicen los amigos es “bueno, algo habrás hecho”. Esto se ha encarnado en nuestra idiosincrasia.
–La historia de El premio parte de tus vivencias personales. –Bueno, yo viví en esa playa de San Clemente. Mis padres no estuvieron clandestinos, pero mi papá escondía gente. Tuvo largas ausencias en Buenos Aires, y en esa época sin Internet mi mamá temía. Aunque él no tenía una militancia activa, sí sus amigos. Mi papá se apartó de la militancia, pero tenía una resistencia activa. Y teníamos libros y los enterrábamos, como se ve en la película. Lo que cuento está basado en recuerdos reales, pero como siempre en una obra de arte, se vuelven ficción. Aun los propios recuerdos tienen una construcción y se vuelven ficción.
–¿Amigos de tu papá fueron desparecidos?
–Muchos. Y a mi prima la mataron, y mi tía es madre de Plaza de Mayo desde hace muchos años.
–¿Tu decisión de irte a vivir a México no tiene que ver con algún exilio de tus padres?
–No, cuando llegué a México tenía 22 años. Ya la democracia llevaba nueve.
–En Argentina, el tema de la dictadura es muy recurrente. ¿Son heridas que no cierran?
–Yo creo que cuando en un país hay un crimen social, no hay olvido posible. Pero no olvido en cuanto a la herida nada más: hay algo que es todavía más difícil de curar, que es la culpa. En un crimen social hay víctimas y también complicidad. Toda la sociedad es cómplice y eso es imposible de superar. A lo mejor el dolor es más fácil de superar que la culpa y la responsabilidad colectiva. Una sociedad se transforma con un crimen social. Por ejemplo, Alemania nunca va a ser la misma de antes. Los hijos de los represores que nacieron después no pueden evitar cargar con la culpa, tienen una responsabilidad cultural.
–Tu familia no siente culpa, porque ustedes ayudaron a mucha gente.
–Todos sentimos culpa. Lo que dice Primo Levi cuando habla del Holocausto: todos los vínculos interpersonales están contaminados por ese crimen. De eso quise hablar en la película. Una dictadura militar se puede percibir en la sangre, en las torturas y en una relación entre dos niñas de 7 años.
–Tú eres judía.
–Soy hija y nieta de judíos polacos. Mis padres no eran religiosos ni pertenecían a la comunidad judía. Participaban en grupos de izquierda y eran grandes artistas. No había ningún tipo de vinculación por el origen. Sí hubo muchos judíos polacos en Argentina que fueron anarquistas, socialistas, librepensadores, de izquierda, muy valientes.
–La amiguita se molesta con Ceci cuando gana el premio. Nuestra hipótesis era que la niña había sido víctima de la dictadura y le molesta que Ceci haya cambiado su versión sobre los militares, siguiendo las instrucciones de su profesora.
–No, la amiga se molesta simplemente porque le dan celos que Ceci haya ganado. La amiguita no entiende nada; lo único que quería era también ganar.
–La sociedad argentina en un momento apoya a los movimientos armados, a los montoneros en concreto, y cuando entra Videla, les da la espalda.
–Lo hicieron por miedo: el miedo es de vida o muerte. No sabemos de qué somos capaces cuando sentimos miedo. Yo ahora, charlando, puedo pensar que no delataría a mis mejores amigos, pero no lo sé, espero que no. Uno no sabe lo que haría en situaciones extremas.
–Los militares se justifican diciendo que estos grupos iniciaron la violencia.
–La violencia vino primero del Estado, y por esa violencia esos grupos empezaron a armarse. Pero, en general, eran intelectuales, artistas. Creo que la historia ha sido tergiversada cuando se sostiene que el origen de la violencia estuvo en estos grupos juveniles progresistas. Si algo cambió fue que la dictadura cumplió de inmediato su cometido de paralizar, aterrorizar y generar la delación. Yo quise hablar de eso porque en la escuela nos enseñaban que estaba muy bien delatar a los compañeritos.
–La profesora les dice eso en la película.
–Sí, y para mí es una manera de pensar fascista. Cuando un niño cometía un error castigaban a todos y era bien visto que un niño sea capaz de decir “fui yo”, o que otro niño lo delatara. Este sistema está directamente tomado del nazismo. Ésos eran los métodos de los campos de concentración nazis. Cuando había algún intento de fuga mataban a veinte personas. Entonces tú sabías que si tratabas de escaparte, lo logres o no, mataban a otras veinte personas y tú tenías que cargar con esa responsabilidad.
–También hubo un sector de la sociedad que quería evadir lo que ocurría o ponerse al costado.
–El famoso “yo no sabía nada” responde a una posición política. El hartazgo que hay con respecto al tema, que muchos digan “otra película sobre lo mismo”, yo creo que es negación. Decir que ya pasó es negación que viene por la culpa. Una situación de crimen social está llena de detalles: alguna vez un hermano no le abrió la puerta a tiempo a otro y eso pesa, o una madre no alcanzó a darse cuenta de lo que estaba pasando. Creo que las sociedades que se sienten culpables son culpables. Se culpabiliza permanentemente a las víctimas. Esa manera de pensar está muy vigente en Argentina hoy en día. En lo cotidiano, si tú te quejas de que eres víctima de alguna injusticia, lo primero que te dicen los amigos es “bueno, algo habrás hecho”. Esto se ha encarnado en nuestra idiosincrasia.
Se culpabiliza permanentemente a las víctimas. En lo cotidiano, si tú te quejas de que eres víctima de alguna injusticia, lo primero que te dicen los amigos es “bueno, algo habrás hecho”. Esto se ha encarnado en nuestra idiosincrasia.
–En Argentina ha habido un proceso, un juicio a la Junta, militares condenados.
–Eso es muy bueno: el primer paso es condenar a los principales responsables públicamente, y eso se está dando. Y después de eso se puede empezar a procesar la propia culpa. Cuando los grandes culpables quedan impunes la sociedad no puede procesar la propia culpa. Deben ser condenados a las penas más fuertes. Me parece muy bien lo que hizo Kirchner. Yo estuve cuando inauguró el Museo de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, el lugar de tortura. Lo que se ha hecho por los derechos humanos me parece muy bien.
–¿Y tus padres, después de vivir esta experiencia, cómo se reinsertan en la sociedad? –Nunca se reinsertaron. Vivieron y murieron en la miseria más absoluta. Ellos eran artistas y vivieron en la marginalidad económica y política. Nunca expusieron sus cuadros. Mi siguiente película es sobre mi padre, que fue un pintor que trabajó en una gasolinera toda su vida, de naftero, y volvía a la casa y pintaba. Era un intelectual y un artista.
–¿Alguna vez lo detuvieron?
–Nunca fue detenido. Hubo muchos allanamientos en mi casa, pero ellos directamente no fueron presos ni torturados. Una dictadura no solo mata personas, sino también al arte y a la cultura.
–¿Cómo pudiste estudiar y llegar a ser una cineasta reconocida soportando la precariedad económica de tus padres? En Perú alguien sin medios económicos no podría estudiar cine.
–Yo no terminé cine. Mis padres me dieron el amor al arte y mucha cultura, porque eran gente tremendamente culta, y yo escribo desde niña: cuento, poesía, teatro. Escribí obras para radio mucho tiempo; yo escribía y dirigía radioteatro en Radio Universidad de Córdoba. Estudié dos años de letras y dos años una carrera de cine en Córdoba, pero no terminé ninguna carrera universitaria. He sido un poco autodidacta. En México trabajé mucho tiempo escribiendo guiones para cine, que es una tarea que no le recomiendo a nadie.
–¿Por qué?
–Yo creo que el escritor siempre debe ser el autor de la obra, y en el cine el concepto de autoría está desplazado; para un artista no es muy sano padecer un despojo de sus obsesiones artísticas. Los artistas tenemos dos ideas a lo largo de la vida. Si alguien se apropia de ellas, uno siente que se queda sin nada. Es gracioso, porque yo doy clases de escritura y de guión en México, y les recomiendo a mis estudiantes que no sean guionistas. Que sean novelistas o que dirijan sus películas.
–¿Cómo financiaste tu película?
–El Instituto de Cine de México y los jurados que leyeron mi guión, a quienes entonces no conocía, consideraron que la historia que transcurría en un lugar lejano y en una dictadura que no era suya encarnaba valores universales y tuvieron la sabiduría de apoyarlo. El Instituto de Cine Polaco también apoyó el proyecto.
–Eso es muy bueno: el primer paso es condenar a los principales responsables públicamente, y eso se está dando. Y después de eso se puede empezar a procesar la propia culpa. Cuando los grandes culpables quedan impunes la sociedad no puede procesar la propia culpa. Deben ser condenados a las penas más fuertes. Me parece muy bien lo que hizo Kirchner. Yo estuve cuando inauguró el Museo de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada, el lugar de tortura. Lo que se ha hecho por los derechos humanos me parece muy bien.
–¿Y tus padres, después de vivir esta experiencia, cómo se reinsertan en la sociedad? –Nunca se reinsertaron. Vivieron y murieron en la miseria más absoluta. Ellos eran artistas y vivieron en la marginalidad económica y política. Nunca expusieron sus cuadros. Mi siguiente película es sobre mi padre, que fue un pintor que trabajó en una gasolinera toda su vida, de naftero, y volvía a la casa y pintaba. Era un intelectual y un artista.
–¿Alguna vez lo detuvieron?
–Nunca fue detenido. Hubo muchos allanamientos en mi casa, pero ellos directamente no fueron presos ni torturados. Una dictadura no solo mata personas, sino también al arte y a la cultura.
–¿Cómo pudiste estudiar y llegar a ser una cineasta reconocida soportando la precariedad económica de tus padres? En Perú alguien sin medios económicos no podría estudiar cine.
–Yo no terminé cine. Mis padres me dieron el amor al arte y mucha cultura, porque eran gente tremendamente culta, y yo escribo desde niña: cuento, poesía, teatro. Escribí obras para radio mucho tiempo; yo escribía y dirigía radioteatro en Radio Universidad de Córdoba. Estudié dos años de letras y dos años una carrera de cine en Córdoba, pero no terminé ninguna carrera universitaria. He sido un poco autodidacta. En México trabajé mucho tiempo escribiendo guiones para cine, que es una tarea que no le recomiendo a nadie.
–¿Por qué?
–Yo creo que el escritor siempre debe ser el autor de la obra, y en el cine el concepto de autoría está desplazado; para un artista no es muy sano padecer un despojo de sus obsesiones artísticas. Los artistas tenemos dos ideas a lo largo de la vida. Si alguien se apropia de ellas, uno siente que se queda sin nada. Es gracioso, porque yo doy clases de escritura y de guión en México, y les recomiendo a mis estudiantes que no sean guionistas. Que sean novelistas o que dirijan sus películas.
–¿Cómo financiaste tu película?
–El Instituto de Cine de México y los jurados que leyeron mi guión, a quienes entonces no conocía, consideraron que la historia que transcurría en un lugar lejano y en una dictadura que no era suya encarnaba valores universales y tuvieron la sabiduría de apoyarlo. El Instituto de Cine Polaco también apoyó el proyecto.
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