viernes, 28 de octubre de 2011

Jalado en inclusión

Jalado en inclusión

Revista ideele Nº 210

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 El manejo del país en “piloto automático” es la principal característica del saliente Gobierno del presidente Alan García. Algunos podrán considerarla una decisión feliz, porque significó mantener una política económica ortodoxa, un riguroso control de las variables macroeconómicas y un esfuerzo por que las grandes cifras estén en azul; sin embargo, lo que para esas personas es una virtud, para otros —me sumo— es su defecto terminante.
Siendo cierto que manejó las grandes líneas de la macroeconomía con la prudencia que le faltó en su primer gobierno, esto significó también acogerse a la ley del menor esfuerzo. Veamos, si no, la resistencia activa a comprometerse en cualquier reforma importante del Estado o para la redistribución del ingreso.
El presidente García gobernó con un temor extremo a cualquier riesgo. No quiso rasguñar siquiera sus relaciones con la gran inversión. Inmóvil, con el “piloto automático” activado, vio caer la presión tributaria, ahora entre 14% y 15% del producto bruto interno, muy por debajo del promedio regional y de aquél del país con el cual ama compararse: Chile (cerca de 20%). Tampoco quiso emprender la reforma de la administración pública, tremendo reto planteado desde hace muchos años: ya durante el gobierno de Alejandro Toledo hubo varios proyectos —incluido uno de Henry Pease— para componer el caos administrativo, pensando un Estado medianamente eficiente y, entonces sí, moderno. No pasó casi nada; en los cinco años solo se impulsó —y con bemoles— la Carrera Pública Magisterial…
En cuanto a la salud, en cambio, con el ministro Óscar Ugarte hubo avances en la ejecución del Sistema Integral de Salud y en la promoción de los medicamentos genéricos, que tanto incomodan a las farmacias y a algunos laboratorios.
En política exterior el presidente García manejó bien la controversia marítima con Chile. Acertó al colocar al embajador Allan Wagner a la cabeza del equipo peruano que monitorea el caso en La Haya. En cuanto a los países vecinos, en cambio, ideologizó las relaciones en su esfuerzo por hacerse un sitio en el “eje del bien” con Colombia y México, aunque en los meses finales trató de enmendar el desatino haciéndole señas a Hugo Chávez e incluso mejorando su relación con Evo Morales.

 El presidente García gobernó con un temor extremo a cualquier riesgo. No quiso rasguñar siquiera sus relaciones con la gran inversión. 

 El “piloto automático” se aplicó también en el ámbito comercial. Los tratados de libre comercio se firmaron uno tras otro, sin ton ni son, sin conocer qué ganaba el Perú y presentándolos como si cada uno fuese la llave maestra para entrar en el mercado del país en referencia. A esto se sumó una política arancelaria que innecesariamente volvió más vulnerables a sectores de la economía peruana frente a la producción externa.
El Gobierno que se va no se preocupó por tener una política consistente de lucha contra la corrupción. En el camino García nombró a una ‘zarina’ a la que no le dio ningún poder práctico. Tomar en serio este asunto hubiera equivalido a fortalecer los mecanismos ya existentes: Contraloría, Unidad de Inteligencia Financiera, Defensoría del Pueblo, Poder Judicial y Ministerio Público; pero, por sobre todo, mostrar una gran voluntad y eficacia política que el Presidente no tuvo ni por asomo.
Los conflictos sociales fueron creciendo, aunque es cierto que después de la traumática masacre de Bagua se localizaron y tuvieron escasa repercusión nacional. Hasta que en los últimos meses se produjo la aguda situación en torno a la minería en la zona aimara de Puno. Si se toman los cinco años en conjunto, las demandas de los ciudadanos fueron bastante prudentes; reclamaron sobre todo más Estado, garantías para sus derechos, preservación del agua y del medio ambiente, carreteras y más acceso a créditos y al mercado en general. Tristemente, el Presidente no tuvo la voluntad de enfrentar, negociar y resolver a tiempo los casos más agudos. Esperó a que los procesos explosionaran para derogar las medidas que habían provocado los reclamos. Una actitud ciertamente vinculada a su tesis del perro del hortelano: quienes se oponen o se resisten a las industrias extractivas son individuos atrasados, tristones, contrarios al progreso y la modernización, y no ciudadanos que quieren preservar su seguridad y sus condiciones de vida (con miras a avanzar por otra vía) o garantizar que, de instalarse aquella industria extractiva, preserve y mejore esa zona de su país en la que ellos habitan.
Imposible no recordar, en esta hora del chau, una clarísima afirmación de Carlos Iván Degregori: “A mi entender es un presidente que no ama a sus ciudadanos, y la gente lo percibe” (Tarea, febrero del 2011). No por gusto, con un crecimiento de la economía por encima de 7%, García termina su mandato con una aprobación relativamente baja, a pesar de un Cristo y varias inauguraciones forzadas. Igualmente indicativo es que su partido no pudiera sostener un candidato a la presidencia, ni propio ni ajeno, y que ingrese al próximo periodo parlamentario con solitarios cuatro representantes.

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