lunes, 3 de enero de 2011

Bicentenarium: El Presidente que no amaba a sus ciudadanos

Bicentenarium: El Presidente que no amaba a sus ciudadanos
Carlos Iván Degregori

Pocas veces es posible construir un esbozo de su gobierno a partir de las “frases célebres” de un primer mandatario. Fujimori nos dejó el inolvidable “¡di-sol-ver!”, y poco más. Pero hoy tenemos un Presidente cuyos dislates dan para una antología. Cuando me propuse escribir este artículo, el más reciente —“somos tristones, desconfiados”— ya había sido desplazado por una de las firmes candidatas a frase del quinquenio: “la plata viene sola”.



Aun así, insistiré en comentar la anterior. “Somos como somos: tristones, desconfiados”, fue la respuesta de García a RPP intentando explicar su baja popularidad entre los presidentes del continente. Hace años García ocupa el último lugar en diferentes rankings, a pesar del sostenido crecimiento del PBI y de nuestros primeros puestos en condiciones favorables para la inversión extranjera y la competitividad. Ensayemos otras respuestas menos simplistas para esto que aparece como una incongruencia.

Incapaz de encontrar en él mismo la mínima mácula, García olvida su falla de origen: buena parte de quienes votaron por él en segunda vuelta en el 2006 lo hicieron explícitamente “tapándose la nariz”, como quien se acerca a algo nauseabundo. Si eso fue así, y no hay razones para dudarlo, el Presidente debería estar agradecido. Somos tan tristes que su popularidad actual está por encima de su votación en la primera vuelta del 2006: 34% según el Barómetro de las Américas.

Su falla mayor, creo, es que el Presidente desprecia a los ciudadanos y ciudadanas del Perú, comenzando por sus propios compañeros de partido y aquellos a quienes logra seducir para que sean sus compañeros de ruta. Da vergüenza ajena ver a experimentados personajes de nuestra política convertidos en validos de García, dispuestos a ser usados como trapo de limpieza de letrinas con tal de mantener sus favores.

Casi ningún presidente del Perú contemporáneo despreció tanto a sus ciudadanos. Creo. Es una opinión subjetiva, pero el quinquenio está regado de pruebas sobre ese desprecio e incluso sobre su naturaleza racista, dieciochesca. ¿Disociado? No sé. ¿Desubicado? Me parece que sí, no solo por el tono racista de sus boutades, que solo lo ratifican como “el conservador que el Perú necesita”. Desubicado porque esta calificación de “tristones” muestra que el narcisismo anula el olfato político de quien tuvo como canción de campaña “La vida es un carnaval”. Veamos.

El calificativo llegó poco después de que Machu Picchu fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad y de que Yale aceptó devolver las piezas arqueológicas que retenía; cuando la Huaconada y el baile de tijeras fueron declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y cuando la gastronomía, luego de esa explosión de diversidad que fue Mistura, comenzó el camino para lograr la misma calificación; cuando hombres y mujeres “tristones” —es decir, peruanos, lograban campeonatos mundiales en los deportes más diversos: ajedrez, surf, boxeo; cuando Vargas Llosa ganaba el Premio Nobel de Literatura; cuando se anunciaba que el Perú es uno de los países con la mayor cantidad de fiestas del mundo. En otras palabras, cuando cualquier peruano tiene multitud de motivos de alegría que, en todo caso, el Presidente siente que no le chorrea.

¡Qué ignorancia! Resulta que el inventor del baile del teteo parece no haber estado nunca en algún carnaval de costa, sierra o selva; ni el de su barrio, que cuando él era chico todavía era famoso: el Carnaval de Barranco. ¡Qué sordera! Cómo hará para no escuchar esas fiestas provinciales que toman por asalto la propia Plaza Principal de Lima.

Quinquenio regado de pruebas, decíamos. Desde su primer discurso ante el Congreso, cuando exclamó: “¡Si el Perú fuera un país plano…!”. Como si hubiera estado candidateando a la Presidencia del Uruguay y de repente se hubiera dado cuenta de que en realidad lo habían elegido presidente de un país rugoso, con una geografía enrevesada. Pobrecito.

El tema del país plano ha quedado girando todo el quinquenio y a él se ha añadido otro, que lo definió como el presidente del desprecio, especialmente de sus ciudadanos más pobres y/o indígenas: la serie de artículos sobre el “perro del hortelano”. De antología. Ahora que MacEvoy y Rénique descubren las cartas de los caudillos del siglo XIX, podemos sospechar que ni ellos hubieran firmado esa serie de artículos dos siglos atrás. También este tema quedó flotando durante el quinquenio y, como recordó hace poco Álvarez Rodrich, una variación anterior de la tristonería la usó el Presidente para explicar su baja popularidad hace ya casi dos años:

“Es una sociedad que tiene elementos psicológicos de derrotismo un poco mayores de los que puedan tener los brasileños, que tienen más sol, más componente negro y alegría que nosotros los andinos. Somos un país andino, esencialmente triste, no somos un país alegre como Brasil o como los colombianos que son hiperactivos, tienen esa mezcla de español del norte, vascongado y catalán y mayor componente negro, y un poco de antropófago primitivo, hiperactivos, y además tienen más sol, tienen Caribe… Nosotros acá tenemos indígenas que cosechan hoja de coca todavía, o sea el hiperactivismo está allá: tienen un campeón mundial de vehículo, tienen torero de primera categoría, todo eso es hiperactivismo racial-físico-genético. Ciertamente, nosotros somos tristes y acá todo está mal siempre. Yo estoy seguro que hemos hecho bastantes cosas a favor de los pobres como las hace mi amigo Lula, pero Lula tiene 70%”.

Casi ningún presidente del Perú contemporáneo despreció tanto a sus ciudadanos. Creo. Es una opinión subjetiva, pero el quinquenio está regado de pruebas sobre ese desprecio e incluso sobre su naturaleza racista, dieciochesca.


¡Españoles del sur, uníos! en defensa del flamenco y la alegría. Pero salvo el extravagante elogio de la antropofagia y esa incomodidad pocas veces vista en un presidente con el territorio que lo vio nacer —tan lejos del Caribe, tan cerca de los indios cosechadores de coca— nada nuevo hay en su cháchara racista. Ya en el siglo XVIII, Buffon y otros filósofos europeos concluyeron que su clima lleno de “miasmas” convertía a América en un continente inferior. Sus pueblos originarios eran más bajitos, y de remate lampiños. En vez de camellos teníamos llamas; en vez de leones, pumas; en vez de elefantes, ositos hormigueros; y así.



¿Cómo este desprecio arcaico anida en alguien que al mismo tiempo puede hablar de corrido sobre la arquitectura en adobe de Chan Chan o de las huacas de Lima? “El partido ve clases, no individuos”, decía Abimael Guzmán tratando de justificar sus violaciones de derechos humanos. El Presidente ve crecimiento económico, no individuos, podríamos decir sin tratar de equiparar a ambos personajes. Guzmán ha quedado congelado en su imagen de asesino en serie. García nos deja no solo un quinquenio de crecimiento económico sino una continuidad democrática, por más precaria o débil que la sintamos, a regañadientes un grado importante de libertad de prensa, un Poder Judicial que no pudo copar, un fracaso en varios de sus intentos por borrar de la agenda política y de la memoria varios temas claves de DD.HH., ¡un tren eléctrico! y un amplio abanico de posibilidades abiertas. Pero como buen converso, tomó lo peor de la ideología que se ha expandido por el mundo en las últimas décadas, según la cual la solidaridad debe desaparecer porque da vergüenza, y los que fueron pilares del Estado de bienestar son ahora calificados de limosnas para mendigos.

Hace ya tiempo Cotler dijo que éste no era un Gobierno promercado sino proempresarios. Añadiría: Si son grandes mejor, y si son extranjeros, lo máximo. Pero como “no hay lonche gratis”, eso también se paga.

En el propio Barómetro de las Américas (Carrión y Zárate/IEP 2010) hay datos alarmantes que atemperan la ilusión de que el país puede seguir manejándose en automático. Somos el país con mayor percepción de inseguridad del continente y, además, el país con mayor victimización por delincuencia de la región. Somos el tercer país con mayor percepción de corrupción del continente y el tercero en victimización por corrupción. Con instituciones muy desprestigiadas, además. Por consiguiente, como los ciudadanos no son “ni amnésicos ni irracionales”, claro, aparecemos como los más desconfiados de la región, y no por pamplinas como la falta de sol, o de ancestros antropófagos. Añadamos la reciente encuesta PISA 2009, que mide el rendimiento educativo en Comprensión de Lectura y Matemáticas, en la cual ocupamos el puesto 62 entre 65 países evaluados, y tendremos un cuadro preocupante pero que indica a la vez el camino por seguir. No por casualidad en las recientes elecciones regionales inseguridad y corrupción aparecían en los dos primeros lugares de preocupación ciudadana.

Con este legado mixto y sus declaraciones impresentables, podemos sospechar que este señor ya fue y que no da para el 2016, más aun ahora que dos grandes de nuestra cultura —Arguedas y Vargas Llosa— se acercan inesperadamente en su interpretación de la cultura peruana. Algo significará. Fue bueno escuchar a Vargas Llosa en Estocolmo decir que no hay fórmula mejor para definir al Perú que el país de “todas las sangres” y rematar con una hermosa referencia a Borges: “si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene identidad porque las tiene todas!”. A estas alturas el señor García y su desprecio a nuestro país y su diversidad, ya fue, y si volviera, entonces sí, qué país más incapaz de superar, aunque sea en parte, nuestros problemas; qué país más mediocre y más triste seríamos.

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