martes, 22 de febrero de 2011

Para entender las revueltas árabes

Para entender las revueltas árabes
Farid Kahhat
Revista Ideele
Una explicación alternativa es que la principal válvula de escape de esa “olla a presión” fue más bien el acceso a nuevos medios de comunicación, que permitían crear redes sociales.Varios factores sociales y políticos confluyeron para hacer más probables las revueltas en el mundo árabe. El primero —y tal vez más importante— implica a su vez una confluencia de elementos, como las altas tasas de crecimiento poblacional, lo que explica que en algunos países las personas menores de 30 años representen dos tercios de la población. No solo hay más jóvenes, sino que son cada vez más educados, lo que hace que un creciente número de ellos tenga expectativas de movilidad social merced a ese mayor nivel educativo. Pero esas expectativas se ven frustradas por una tendencia declinante en las tasas de crecimiento de las economías de la mayoría de países árabes durante el último tercio del siglo XX.

El autoritarismo político, a su vez, explica por qué el descontento suscitado por la frustración de esas expectativas de empleo y movilidad social no encuentra canales legítimos de expresión. No es que, en todos los casos, partidos, sindicatos y otras organizaciones sociales hayan sido proscritos; pero allí donde existían, no solían estar en condiciones de cumplir la función de intermediación entre la sociedad y el Estado. La metáfora implícita es la de una olla a presión: hay un cúmulo de frustraciones en ebullición, que son reprimidas por el régimen autoritario, pero siempre bajo peligro de estallar si no se les brinda alguna válvula de escape.

En la visión neoconservadora de la Administración de George W. Bush, esa válvula de escape era un discurso oficial que atribuía todos los problemas a la acción disociadora de agentes externos (los Estados Unidos e Israel). A su vez, la conjunción del descontento social, la falta de canales legítimos para expresar ese descontento y un discurso que atribuía los problemas a terceros (el imperialismo o el sionismo), producía el caldo de cultivo que nutría a organizaciones como Al Qaeda.

Aunque los especialistas coinciden en el trasfondo social que subyace a la protesta, la mayoría tiende a desestimar la importancia de la válvula de escape identificada por los ideólogos neoconservadores. Una explicación alternativa es que la principal válvula de escape de esa “olla a presión” fue más bien el acceso a nuevos medios de comunicación, que permitían crear redes sociales. Éstas eran toleradas por algunos autoritarismos de la región a condición de que no pretendieran abandonar el mundo virtual. Los jóvenes podían dedicarse a los videojuegos en red, al intercambio de videoclips o incluso a compartir sus frustraciones, siempre y cuando la expresión de estas últimas no se materializara fuera de la Internet.

Un reciente artículo de la revista The New Yorker compartía la previsión de los autoritarismos árabes sobre las redes sociales: el activismo en el ciberespacio era un sustituto de la acción política en el mundo real, no un complemento. Mientras más seductora fuera la ilusión de que podían cambiar el mundo (o cuando menos su mundo) apretando una tecla del ordenador, menos dispuestos estarían esos jóvenes a ensuciarse los zapatos haciendo causa común en las calles con obreros y empleados. Pero como en el film La rosa púrpura de El Cairo, lo imposible ocurrió: los personajes de celuloide abandonaron la pantalla e interactuaron con la audiencia. O, para usar metáforas más cercanas a la región, el verbo se hizo carne, y el genio escapó de la botella: en El Cairo, la protesta seminal del 25 de enero fue convocada desde el mundo virtual por una página de Facebook (“Todos somos Khaled Said”), y el movimiento juvenil 6 de Abril.



Ahora bien: es cierto que los jóvenes cibernautas fueron la vanguardia de la protesta, y que los sindicatos se plegaron a ella relativamente tarde. Eso no implica, sin embargo, que su participación no fuera crucial. La caída de Mubarak, por ejemplo, se produce dos días después de que se anunciara el inicio de huelgas en todo el país (incluyendo las operaciones del Canal de Suez, zona por la que transita hasta un 25% de la energía que importan la mayoría de países de Europa). Y aunque el hecho de que esos eventos se produjeran de manera sucesiva no demuestra que haya una relación causal entre ellos, es difícil creer que se tratara de una mera coincidencia.

En el caso egipcio, los sindicatos cobran autonomía y relevancia apenas en años recientes, por varias razones. Una es el efecto paradójico que producen las reformas de mercado emprendidas desde la década pasada. Por un lado, generan un crecimiento promedio de 5% en el último lustro; pero, por otro, producen un incremento en la desigualdad de ingresos. Eso ayuda a entender por qué los índices de desarrollo humano de Egipto parecen los de un país con un ingreso per cápita menor. La liberalización económica en un contexto de autoritarismo político también explica que, tanto en Egipto como en Túnez, la privatización de empresas públicas se convirtiera en un proceso de expoliación de los bienes del Estado por parte de los gobernantes y su entorno.

A lo cual habría que sumar finalmente tres shocks externos: la crisis económica internacional iniciada en el 2008, el alza de los precios internacionales de los alimentos ese mismo año y nuevamente a partir de 2010, y el alza en la cotización internacional del petróleo a partir del 2010. De esos tres shocks, el más importante es el alza de los alimentos: los países del norte de África están ubicados en el mayor desierto del mundo (el Sahara), por lo que países como Egipto importan más de la mitad de los alimentos que consumen. A su vez, el ciudadano promedio en Egipto destina poco menos de la mitad de sus ingresos a la compra de alimentos, algunos de los cuales, como el trigo, prácticamente duplicaron su cotización internacional en cuestión de meses.

Por eso en Egipto ya se producían huelgas de cierta magnitud desde el 2008, y el movimiento juvenil 6 de Abril se formó precisamente en respaldo a ellas. Y por eso también, mientras parte de los jóvenes abandonaron (cuando menos temporalmente) la Plaza Tahrir tras la caída de Hosni Mubarak, las huelgas, que también tenían esa caída entre sus objetivos, ahora continúan en busca de sus propósitos económicos.

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